La Divina Pregunta ya se está abriendo paso,
como una indetenible conciencia esclarecida…,
y su caricia suave -como un guante de raso-,
¡esfuma las aristas filosas de la Vida!
Y ante su epifanía… ¡que tristes y lejanos
parecen los resabios de las preguntas viejas!:
“¿cómo hago más dinero…?, ¿cómo me impongo y gano…?
¿cómo logro ovillarle más lana a mi madeja…?”
La Divina Pregunta deshace con su impronta
los ecos desteñidos de la separación,
y nos enlaza a todos en una sola ronda…,
¡y nos transforma en versos de una misma canción!
¡Y es que en el Nuevo Mundo lo que importa es el otro!,
…la luz de su mirada…, la paz en su interior…,
¡porque al verlo, me veo a mi mismo en su rostro…,
y recuerdo que somos hijos del mismo Amor…!
Ese Amor que con fuerza sobre el Cielo despunta,
cuando nos formulamos, -sin razón…, porque sí…-,
los unos a los otros, la Divina Pregunta:
“¿¡QUE PUEDO HACER POR TI…?!”
Jorge